MANUEL JOSÉ OTHÓN POEMAS- MEXICANO
POETA, DRAMATURGO Y POLÍTICO MEXICANO.
Entre los poemas de Manuel José Othón se destaca “Idilio Salvaje”. Poema que viene a ser uno de los más representativos de México y tiene reconocimiento internacional. Este gran poeta estuvo relacionado al modernismo y al romanticismo. Nacido el 14 de junio de 1858 en San Luis Potosí y murió el 28 de noviembre de 1906 en San Luis Potosí.
Inicio a escribir poesía cuando tenía 13 ańos. Se enfoco en la naturaleza y su relación con el hombre. Llego a ser miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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POEMAS DE MANUEL JOSÉ OTHÓN
EL RUISEÑOR
Oid la campanita, cómo suena,
el toque del clarín, cómo arrebata,
las quejas en que el viento se desata
y del agua el rodar sobre la arena.
Escuchad la amorosa cantilena
de favonio rendido a flora ingrata
y la inmensa y divina serenata
que pan modula en la silvestre avena.
Todo eso hay en mis cantos. Me enamora
la noche; de los hombres soy delicia
y paz, y entre los árboles cubierto,
sólo yo alcé mi voz consoladora,
como una blanda y celestial caricia,
cuando Jesús agonizó en el huerto.
CANTO NUPCIAL
Un nuevo hogar es huerto florecido
de jazmines, y lirios, y azahares,
entre cuyas alburas estelares
se estremece el amor, como un latido.
Surge de cada flor, de cada nido
un verso del cantar de los cantares
y pasan, del hermón por los pinares,
suspirando los vientos un gemido.
De galaad por los collados bajan
triscando las ovejas. En las viñas
de engaddi el zumo los racimos cuajan;
mientras la esposa ve, desde el umbroso
retiro, que atraviesa las campiñas
y se acerca a sus puertas, el esposo.
*
¡Oh, esposa! virgen y radiante, mira:
el amor en sus ojos centellea
y el coro de los sueños le rodea
y a su oído solícito suspira.
A infundirte su alma sólo aspira.
Su cerebro, que es urna de la idea,
cual una forja ignífera chispea.
Canta su corazón, como una lira.
¡El coro de los sueños! los amigos
del esposo, que en júbilo inundados,
de su dicha inmortal serán testigos…
Los recuerdos del niño, los anhelos
viriles que le ascienden, ya encarnados,
en un viaje contigo, hasta los cielos.
*
Y a ti, joven y fuerte, en los umbrales
del sagrado refugio, jubilosa
te espera amante la rendida esposa
bajo los resplandores otoñales.
Tampoco sola está: las virginales
compañeras, de frente ruborosa,
tienden sobre ella su dosel de rosa,
al compás de los cánticos nupciales.
Son las ansias sin fin, las esperanzas,
las ilusiones del amor venidas
de azules y profundas lontananzas.
Todas alzan un himno al varón fuerte
que ha de llevar dos almas y dos vidas,
a travéz de la vida y de la muerte.
MÁS POEMAS DE MANUEL JOSÉ OTHÓN
ENVÍO
En tus aras quemé mi último incienso
y deshojé mis postrimeras rosas.
Do se alzaban los templos de mis diosas
ya sólo queda el arenal inmenso.
Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso!
¡qué andar por entre ruinas y entre fosas!
¡A fuerza de pensar en tales cosas
me duele el pensamiento cuando pienso!
¡Pasó!. . . ¿Qué resta ya de tanto y tanto
deliquio? En ti ni la moral dolencia,
ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto.
Y en mí ¡qué hondo y tremendo cataclismo!
¡qué sombra y qué pavor en la conciencia,
y qué horrible disgusto de mí mismo!
UNA ESTEPA DEL NAZAS.
¡Ni un verdecido alcor, ni una pradera!
Tan sólo miro, de mi vista enfrente,
la llanura sin fin, seca y ardiente
donde jamás reinó la primavera.
Rueda el río monótono en la austera
cuenca, sin un cantil ni una rompiente
y, al ras del horizonte, el sol poniente,
cual la boca de un horno, reverbera.
Y en esta gama gris que no abrillanta
ningún color; aqui, do el aire azota
con ígneo soplo la reseca planta,
sólo, al romper su cárcel, la bellota
en el pajizo algodonal levanta
de su cándido airón la blanca nota.
EL RIO.
Triscad, oh linfas, con la grácil onda,
gorgoritas, alzad vuestras canciones.
y vosotros, parleros borbollones,
dialogad con el viento y con la fronda.
Chorro garrulador, sobre la honda
cóncava quiebra, rómpete en jirones
y estrella contra riscos y peñones
tus diamantes y perlas de Golconda.
Soy vuestro padre el río. Mis cabellos
son de la luna pálidos destellos,
cristal mis ojos del cerúleo manto.
Es de musgo mi barba trasparente,
ópalos desleídos son mi frente
y risa de las náyades mi canto.
EPITALAMIO.
Todo, al soplar las brisas tropicales,
mueve la sangre y todo a amar provoca.
Naturaleza entera es una boca
donde palpitan besos inmortales.
Requiébranse en la rama los turpiales,
lanzando su canción alegre y loca
y, en la cortante arista de la roca,
se acarician las águilas reales.
Tálamo de las tiernas golondrinas
es el aire, del tigre la espelunca,
del triscador ganado las colinas . . .
Nada tu fuerza poderosa trunca,
pues, renaciendo tú de las ruinas,
¡oh, fecundante Amor, no mueres nunca!
CANTO NUPCIAL.
Un nuevo hogar es huerto florecido
de jazmines, y lirios, y azahares,
entre cuyas alburas estelares
se estremece el amor, como un latido.
Surge de cada flor, de cada nido
un verso del Cantar de los Cantares
y pasan, del Hermón por los pinares,
suspirando los vientos un gemido.
De Galaad por los collados bajan
triscando las ovejas. En las viñas
de Engaddi el zumo los racimos cuajan;
mientras la esposa ve, desde el umbroso
retiro, que atraviesa las campiñas
y se acerca a sus puertas, el esposo.
*
¡Oh, esposa! virgen y radiante, mira:
el amor en sus ojos centellea
y el coro de los sueños le rodea
y a su oído solícito suspira.
A infundirte su alma sólo aspira.
Su cerebro, que es urna de la idea,
cual una forja ignífera chispea.
Canta su corazón, como una lira.
¡El coro de los sueños! Los amigos
del esposo, que en júbilo inundados,
de su dicha inmortal serán testigos…
Los recuerdos del niño, los anhelos
viriles que le ascienden, ya encarnados,
en un viaje contigo, hasta los cielos.
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